-me voy- me dijo, interrogue porqué acompañado de lágrimas.

me miraba con pena que confundía con ternura, ya lo conocía, siempre es el mismo cuento.

él se iba, yo lo seguía, lo convencía y se quedaba. un tiempo pasaba feliz con mi método (que siempre funcionaba exitosamente) y el autocontrol que creía tener sobre la situación.

la habitación estaba oscura, él y yo lo suficientemente cerca para oler el perfume de nuestros cuerpos. la cama desarreglada, víctima de un rato de locura, la ropa en el suelo esperando a ser encontrada, la puerta cerrada, la puerta..... era el límite de nuestra historia y la realidad.

-esta vez me voy-

-no te podes ir, no podes dejar todo así- decía, rogaba. ese era el día en que mi autoestima se destrosaba, era el día del adiós.

siempre me costaron las despedidas, cuando se termina bien, no se termina, para mí no se terminó. él se fue, sin un beso, sin un apreton de manos ni un abrazo, se fue para no regresar jamás, caminando a paso lento, mirando de reojo hacia mí cuerpo ya destrosado, abrio la puerta de madera con fotografías de él y de mi, salío.

nunca más lo volvi a ver. y nunca más volví a creer en mí.